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miércoles, 25 de agosto de 2010

Capítulo dos (Segunda parte)

Un escalofrío recorrió mi espalda lentamente. Olfateé un poco el ambiente antes de abrir los ojos. No era el mismo sitio en el que me había derrumbado la noche anterior. Ahora me encontraba en un prado que no conocía, tumbada bocabajo sobre hierba verde un poco reseca y a mi derecha se extendía un bosque. Un olor intenso y agridulce golpeó mi nariz. Al principio no supe reconocer el olor, hasta que la palabra “muerte” hizo eco en mi mente. Y era verdad. El horrible hedor a muerte se extendía por todo el terreno, inundando las grandes oleadas de aire frío que azotaban mi cuerpo surcado de heridas.


Tragué saliva y noté el sabor metálico de la sangre en mi lengua. La empalagosa textura de ésta hizo que sufriera arcadas, aunque luego se me antojó familiar.

Me miré las manos, manchadas de sangre y con varias uñas rotas. Delante de mí encontré el cadáver a medio comer de un perro.

Me pasé la lengua por mis labios secos y apoyé las manos en el césped para intentar levantarme. A pesar del dolor punzante de mis huesos y músculos, conseguí ponerme a cuatro patas. Tras otro escalofrío y unas arcadas me puse de rodillas. Alcé la vista hacia el cielo encapotado que amenazaba lluvia.

Me levanté al fin. Apenas podía sujetarme sobre dos piernas y me balanceé un poco hasta conseguir equilibrio. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que tenía el vestido desgarrado, casi no cubría mi cuerpo, y había perdido un zapato.

Me quité el otro y comencé a caminar hacia el bosque llevando mi solitario tacón en la mano.

Me volví hacia el perro muerto y tuve la imperiosa necesidad de terminar de comérmelo. Dejé caer el zapato y me agaché junto al perro.

Clavé las uñas en su piel y arranqué un trozo de carne con los dientes. La cálida sangre inundó mi boca y tragué casi sin masticar.

Escuché un ruido de pasos a unos metros de mí. Levanté la vista de mi presa y gruñí enseñando los dientes. Eran un chico, que no sobrepasaría los veinticinco años y una de chica de, quizás, mi misma edad.

Debía de tener un aspecto horroroso, toda salpicada de sangre, el pelo revuelto y casi sin ropa, pero ellos siguieron acercándose, sin extrañarse si quiera.

La chica se paró y se alejó un poco, apartándose un mechón rubio platino de la cara. En cambio, el chico me miró directamente a los ojos y continuó hasta situarse a unos escasos metros de mí y mi presa, por la que pretendía luchar. Su mirada era color avellana y penetrante y no parecía querer apartarla de mis ojos. Me estaba desafiando.

Intenté sujetarle la mirada, no podría ganarme a dominante, pero, de pronto, me sentí muy sumisa a su lado y tuve que dejar caer la cabeza en señal de rendimiento.

- Anna, ¿verdad?- Dijo el chico. ¿Cómo sabría mi nombre?

A pesar de todo, no tenían intención de hacerme daño. Lo sabía. Despedían olor de compañerismo, de…manada.

Asentí con la cabeza.

-¿Cómo te encuentras?- Preguntó la chica.

-Bien- Respondí secamente, además me salió la voz un poco ronca.

-¿Recuerdas algo de anoche?- Inquirió el chico, parecía impaciente y nervioso pero, aún así, seguía conservando ese aire de serenidad.

-Salí a cenar con un amigo- Expliqué no muy convencida- Empezó a dolerme la cabeza y salí corriendo- ¿Por qué les contaba todo aquello? Si no les conocía de nada.

-No recuerdas más- Afirmó el chico, cómo si lo supiera de antemano- sólo te derrumbaste en un sitio y te has levantado en otro.- Era cierto. Levanté la vista hacia él con curiosidad y algo de miedo. Sus ojos mostraban ahora destellos ambarinos, casi cómo los de un lobo.

-Anna- Dijo la chica captando mi atención- no debes asustarte.

No entendía lo que querían decirme, todo era muy confuso. Me levanté y me rodeé con los brazos a causa del frío. Y pronto empezaría a llover.

-Te llevaremos a casa- Prosiguió el chico- Come mucho cuando llegues y cuando estés más tranquila llama a tu amigo Mike.

-¿Sabes también su nombre?- Pregunté nerviosa. Él sacó un móvil del bolsillo izquierdo de sus tejanos desgastados, mi móvil, y me lo tendió.

Lo cogí con mano temblorosa y miré la pantalla. Tenía veintitrés llamadas perdidas de Mike y otras once de Helen. Miré al chico, que se pasó una mano por su cabello rubio rojizo.

-No quiero que me llevéis a casa- Dije más alto de lo que pretendía. Asintió con la cabeza y me dio la espalda, pasando por al lado de la chica, dirigiéndose hacia una furgoneta negra en la que no había reparado antes.

-Atraviesa el bosque, en menos de diez minutos estarás en la carretera que conduce a tu piso- Me dijo la chica, mirándome con dulces ojos verdes. Sonrió- No te preocupes.

Intenté sonreír, pero no me salió muy bien.

-Vámonos, Bea- Exclamó el chico desde la furgoneta. Ella se despidió con la mano y corrió a reunirse con su compañero.

Una gota de agua me cayó en la nariz. Hora de macharse.

Comencé a andar hacia el bosque. Alguien encontraría al perro y se encargaría de enterrarlo, por lo menos







En cuanto traspasé la puerta de mi casa, dejé las llaves de repuesto que siempre tenía bajo el felpudo en la mesita del salón, me dirigí a la cocina y me preparé un enorme bocadillo de jamón.

No me podía creer la suerte que había tenido al no encontrarme con nadie por la calle, tan sólo unos cuantos coches con prisa que ni se fijaron en mí, gracias a Dios. Me habrían tomado por una asesina, cubierta de sangre de pies a cabeza.

Mientras comía, pensé en qué le diría a Mike. Seguro que estaba muy cabreado por haberlo dejado tirado.

También en cómo decirle a Helen que había perdido sus zapatos.



Terminé mi bocadillo y me disponía a darme una ducha cuando sonó mi móvil, que había llevado en la mano todo el tiempo.

Miré la pantallita. Era Mike.

-¿Sí?- Pregunté, era una costumbre, aunque ya sabía quién era.

-Anna- Exclamó Mike al otro lado del teléfono- Dios, pensé que no contestarías nunca. ¿Cómo estás?- Parecía preocupado.

-Bien, gracias, siento lo de anoche, de veras- Me entraron ganas de llorar y suplicarle que me perdonara.

-No importa, lo que importa es que estés bien- Sonreí, no le podría estar más agradecida.

-Mañana iré a trabajar- Le informé.

-No hace falta si no te encuentras…

-Volver a la rutina es lo que necesito- Le corté, aún sonriendo.

-Está bien- Se rindió al fin- No te molesto más. Hasta mañana, pues.

-Adiós.

Colgué. A pesar de todo lo ocurrido, estaba especialmente tranquila. Como si fuera mi destino sufrir todo esto.

sábado, 14 de agosto de 2010

Capítulo dos (Primera parte)

-¿Estás bien?¿ Has comido?¿Y descansado bien?- Me pareció increíble que una persona tan pequeña como Helen pudiera soltar tantas preguntas tan rápido, amatralleándome sin piedad.

-Sí- Respondí solamente. Helen se sentó en el sofá, quedando de cara a mí y me miró confusa.

-¿Sí a que pregunta?

-A todas

-Entiendo- Helen bajó la vista hacia la bolsa que seguía sosteniendo en la mano, pero al momento volvió a levantarla, mirándome fijamente- Se ha despertado neurona cotilla.

¿Ahora se ha despertado? pensé. Sería la única neurona despierta en Helen.

-¿Qué es eso de que Mike y tú vais a cenar juntos?- Ah, ya. A mi compañera le preocupaba que me ligara a su amor platónico.

-Nada especial, Helen- Inventé una excusa lo más rápido que pude-. Vamos a hablar de trabajo. Mike se pregunta si deberíamos contratar a más camareros para el turno de tarde.- Nunca me había parado a pensar en lo buena que soy mintiendo. Eso me traería muchos problemas, pero por ahora funcionaba.

-Ah- Helen suspiró- Entonces, ¿qué haces que no te estás arreglando ya?

¿Arreglando? Ni que fuera a ir a la boda de los reyes.

-No te precipites, sólo son las…-Me paré y miré el reloj de pared a mi derecha, encima de la tele- ¿seis?- Casi grité, qué rápido pasa el tiempo, no creía haber dormido tanto.

-Por eso, tonta- Helen se levantó, dejó la bolsa en la baja mesa central y se dirigió con paso decidido a mi cuarto. La seguí.

Helen ya estaba con medio cuerpo dentro de mi armario empotrado.

-Tienes que comprarte ropa- Me recriminó.

-Claro, como que soy rica, ¿verdad?

-Yo tampoco lo soy, y tengo ropa para dos ejércitos enteros.

Eso era verdad. Había visto el armario de Helen y la ropa rebosaba por los lados. Vale, eso es exagerar, pero apenas cabía.

Helen sacó su respingona nariz del armario con un vestido blanco entre sus finas manos, más bien corto, que me regaló mi madre el año pasado. Mi amiga sonrió. Eso significaba que la prenda era de su agrado porque, cuándo no lo era, se limitaba a arrugar la nariz. La conocía demasiado bien. Aparte, era mi vecina y ya vivía aquí cuando yo me mudé y, de hecho, fue ella la que convenció a Mike de darme un puesto en la cafetería.

-¿Dónde tienes los zapatos?- Me preguntó mientras inspeccionaba con más detenimiento el vestido.

-Allí- Dije señalando un enorme baúl al lado de mi cama. Helen arrugó el entrecejo, pero no dijo nada.

Me entregó el vestido y abrió el baúl. Comenzó a buscar frenéticamente, sacando los zapatos. Si lo que quería encontrar eran zapatos de tacón, no los tenía. Aparte de un par de bailarinas, y varias sandalias de colores, sólo tenía botas y Converses All Star de distintos colores. Helen se volvió de repente y me miró con cara asesina. Adiós mundo cruel.

-No tienes zapatos de tacón- Eso fue más una afirmación-. ¿En qué mundo vives? ¿En Yupilandia? Baja de las nubes- Se calmó y sonrió- Iré a mi casa por unos zapatos, ¿vale?

-Eh, vale- Respondí confusa. Helen salió de la habitación, pero se volvió un momento hacia mí.

-No te muevas, ¿eh?

-¿Y dónde quieres que vaya?- ¿A Yupilandia?, añadí en mi mente. Helen desapareció de mi vista. A los escasos segundos, oí la puerta de entrada abrirse y cerrarse de un portazo.









Dos horas y media más tarde, me encontraba mirándome detenidamente en mi espejo de cuerpo entero, subida a unos tacones que causarían vértigo a cualquiera que tuviera el coraje necesario de subirse a ellos, con una delicada base de maquillaje y mi cabellera cayéndome sobre la espalda con suaves bucles. Por no hablar del impresionante vestido blanco. Y Helen sonriéndo a mi lado.

Y una hora y cuarto más tarde de eso, iba en un flamante Mercedes, con Mike en traje de chaqueta a mi lado. Saqué la polvera con espejo del bolso prestado de Helen y, con un pintalabios rojo intenso, me retoqué los labios.

No hablamos de camino al restaurante, pero no fue un silencio incómodo que digamos.

Llegamos al restaurante. No había mucha gente, pero cde nuevo sentí como se me colapsaban los oídos a causa de sus voces, que resonaban demasiado fuerte en mi cabeza. Y mi nariz no estaba mejor. Los olores me golpeaban las fosas nasales y ni siquiera podía distinguirlos.

Mike me condujo a una mesa pequeña un poco apartada de las demás.

-Estás guapísima- Dijo una vez sentados.

-Gracias- Sentí cómo la sangre subía a mi rostro, que se debería haber puesto rojo como un tomate.

Mike sonrió. Un camarero que no pasaría de los veinte años, se acercó a nosotros y preguntó que íbamos a tomar. Yo pedí un vaso de Coca-Cola y lo que fuera que tuviese carne, Mike pidió vino y lo mismo que yo para comer.

-Oye, Anna- Empezó a decir Mike, mientras yo engullía la carne casi sin masticar. Me paré para prestarle atención.- Desde la primera vez que te vi, supe que serías alguien especial en mi vida, y de hecho lo eres, pero he empezado a fantasear con que seamos algo más que amigos.- Me miró, quizás esperando que yo dijera algo. Lo miré sorprendido, con la boca manchada de salsa y los carrillos llenos de carne, que tragué con esfuerzo. Me limpié y, cuando pensaba que ya parecía una chica normal y edicada, comenzé yo a hablar:

-Verás Mike, no es que no seas buena persona, que lo eres, pero es que yo sólo te quiero como amigo, ¿sabes?- Intenté ser lo más buena que pude, pero aún así soné un poco dura. Desde hacía un rato sentía una molestia en la cabeza, pero lo dejé correr. Ahora era insoportable.

-Lo temía- Dijo Mike, iba a añadir algo más, pero yo no podía aguantar más y me levanté con torpeza.

-Lo siento, Mike- Intenté disculparme rápidamente. La voz me salió llorosa y entre sollozos, salí corriendo de allí.

Cuando estaba tan lejos de allí que apenas oía las voces, ni a Mike gritando mi nombre, me tiré de rodillas al suelo, agarrándome la cabeza con las dos manos. El dolor era muy fuerte. Algo me empujó a alzar la vista hacia la luna, que estaba especialmente llena.

Notaba mi estómago revolverse y mis músculos estirándose dolorosamente. Sentía un extraño calor dentro de mí, haciendo que mi cuerpo quedara fébril e inmóvil. De repente, el calor cesó y con él, el dolor. Caí al suelo, temblando.

lunes, 9 de agosto de 2010

Capitulo uno (Segunda parte)

Miré el reloj de mi móvil. Apenas eran las ocho de la mañana, pero tenía la sensación de haber dormido mucho tiempo. El sueño había sido reparador, pues ahora no me sentía ninguna herida, no me dolía la cabeza y ni siquiera sentía ya el agudo pinchazo en mi muñeca.


Me levanté de la camilla y recogí mi ropa de una silla situada en un rincón de la habitación. Me la puse rápidamente y dejé el camisón de hospital en el suelo, tirado de cualquier forma. Abrí la puerta y eché un vistazo al inmaculado pasillo. Ni un alma. Mi estómago empezó a crujir. Tenía mucha hambre, no había comida nada desde el ataque. Salí al pasillo y cerré la puerta detrás de mí.

Un amargo olor golpeó mi nariz. Era algo metálico, pero también podía distinguir un olor dulce y delicado, y también una infinidad de perfumes distintos. Pronto me encontré olfateando el ambiente igual que un perro. La planta inferior del hospital estaba ya llena de gente, y cada una con un olor distinto. O ahora estaba de moda echarse mucha colonia, o yo había adquirido un olfato estupendo durante mi inconsciencia.

También mi oído estaba saturado. Como si miles y miles de personas gritaran en mis orejas, aunque, al parecer, todos estaban susurrando. Me tapé los oídos con las manos y corrí al comedor.

En él sólo había tres personas y, gracias al cielo, estaban en silencio. Removían lentamente su café o leían el periódico, pero ningún ruido me molestaba esta vez. Las otras voces habían quedado ahogadas por las puertas del comedor y me sentí realmente aliviada.

Me dirigí lentamente a la barra y pedí un café con leche mientras miraba detenidamente todos los dulces del mostrador, sopesando mis opciones. Al final me rendí a un pequeño pastelito redondo de chocolate, que me miraba con ojillos suplicantes desde el escaparate y juro que podía oír perfectamente cómo me gritaba: “¡¡cómemeee!!”.

Elegí una mesa cerca de la puerta y dejé la bandeja con mi desayuno frente a mí, dispuesta a ser devorada. Escuché repiqueteos en la ventana que tenía a mi lado. Había empezado a llover. Las nubes de un blanco puro que había visto antes, se teñían ahora de tizne negro, encapotando el cielo. Un ligero movimiento en las afueras del hospital captó mi atención.

Apoyado en un árbol, bajo la lluvia, había un chico. El pelo negro azabache le caía sobre los ojos. Unos ojos de un precioso color azul hielo, tan familiares, como los del lobo que me atacó. El chico me miró, una mirada triste y anhelante y nuestros ojos se encontraron. Mi corazón empezó a latir con más fuerza, cómo si quisiera salírseme del pecho. Él apartó la mirada y comenzó a alejarse bajo la lluvia, desapareciendo de mi vista.

Sus ojos…eran iguales que los del lobo, tan idénticos. Pero no podía ser… Un débil carraspeo a mi derecha me hizo parar mis cavilaciones. Me di la vuelta en la silla y vi a Mike junto a mí.

-Buenos días- Saludó sonriendo y sentándose frente a mi. Observó con detenimiento mi pastelito y, con gesto protector, lo cogí y le di un bocado. Ni siquiera le pregunté si quería un poco. Pensaba proteger mi dulce aunque me costara la vida.

-Hola- Dije con la boca llena. Jesús, estaba delicioso. Di un sorbo a mi café y sentí la cálida bebida bajando hasta mi estómago. Me hacía falta comer.

-¿Cómo te encuentras?- Mike bebió un poco de un café que, hasta ahora, no me había dado cuenta que tenía.

-Muy bien, gracias- Di otro bocado a mi pastelito de chocolate y su sorbo de café consecuente-. Dormir me ha sentado de maravilla.

-Me alegro- Dijo Mike con una sonrisa de oreja a oreja-. ¿Sabes? La policía está buscando al lobo que te atacó.

El dulce se me atascó en la garganta y tosí bruscamente. Cuando conseguí recuperarme, procesé lo que Mike había dicho. Una misteriosa preocupación se apoderó de mí. ¿Y si le hacían daño? Un momento. El lobo me había mordido, ¿por qué me preocupaba por él? Pero ni siquiera me mordió muy hondo, como si lo hiciese conscientemente, como si, en realidad, no quisiese hacerme daño.

-No pueden hacerle daño- Respondí con un tono más alto de lo que pretendía.

-¿Por qué?- Mike parecía confuso y asombrado al mismo tiempo.

-Pues…porque no, y punto- No sabía que más alegar en nuestra defensa- Por que voy a hacerme de Greenpeace- ¿Existiría una persona más patetica que yo? Seguro que no.

-Ah, vaya- El pobre hombre no sabía que hacer. Rei por dentro.

-Da igual, de verdad- Le dije con suavidad.

-Vale- Mike pareció suspirar de alivio-. ¿Estás lista?

-Ahá- Respondí levantándome.







El trayecto hacia mi casa fue silencioso, salvo algunas preguntas sueltas de Mike del tipo “¿Cómo estás” o “¿Vas bien?” o “¿Te duele?”. Preguntas atosigantes que yo respondía con monosílabos, a veces ininteligibles.

Mike se había encargado de coger mi bolso de mi habitación en el hospital y de aparcar mi coche en frente de mi apartamento. Se tomaba demasiadas molestias.

Cogí mi maxi-bolso rojo del asiento de atrás y me disponía a salir cuando Mike me agarró suavemente de la muñeca.

-Hoy es sábado- Dijo sonriente. Caí en la cuenta de que habíamos quedado antes de mi ataque-. ¿Vendrás?

No me hizo falta pensar mucho. Mike había sido muy amable conmigo y yo se lo quería recompensar de alguna forma.

-Claro- Sonreí. Me besó en la mejilla. Me sentí un poco incómoda, pero no borré mi sonrisa.

-A las nueve vendré por ti.

Bajé del coche y saqué mis llaves del bolso. La cancela se resistió un poco, pero cedió ejerciendo un poco de fuerza. Entré en el portal oscuro y, por qué no decirlo, bastante sucio. No me volví pero escuché cómo Mike volvía a arrancar y, derrapando un poco, dio la vuelta y desapareció.

Empecé a subir las escaleras. Era un auténtico suicidio vivir en un cuarto piso sin ascensor, pero estaba bien para perder kilos sobrantes.

Por fin, pensando que no lo conseguiría, llegué a mi casa. Dejé el bolso y la cazadora en la percha del recibidor y me desplomé en sillón.

Al poco rato, escuché el timbre de mi puerta. Me levanté blasfemando y abrí la puerta no muy amablemente.

-Hola- Saludó Helen alegremente.

-Hola, Helen, ¿qué haces aquí?- Pregunté confusa.

-Venía a traerte un poco de comida- Me fijé que traía una bolsa de plástico. Me aparté y la dejé pasar.

jueves, 5 de agosto de 2010

Capitulo uno (Primera parte)

Deposité la taza de café en la mesa numero cuatro. El cliente me sonrió con amabilidad y dejó caer unas libras de propina en mi mano. Fabriqué una sonrisa y esperé que pareciera alegre. No tenía ganas de sonreír, ni mucho menos. Me retiré a la barra de la cafetería, rozando mi brazo con Mike, mi jefe, que también trabajaba como camarero. Me miró y me guiñó un ojo. Era quince años mayor que yo pero, aún así, no estaba nada mal. Aunque ni por asomo me liaría con él. No tengo una mente tan sucia.


Mike dejó un croissant en una de las mesas y se acercó rápidamente a mí. Se sentó en la barra, con las piernas colgando y carraspeó un poco.

-¿Qué tal, Anna?

-Como siempre, supongo- Respondí. Fui un poco sosa, pero la alegría purgaba por salir de mí.

-Entiendo- Mike bajó el rostro y juntó las manos sobre su regazo-. ¿Qué te parecería quedar el sábado?

La verdad era que no me apetecía, pero no quería parecer desagradable, así que opté por acceder y dejarme llevar.

-Está bien- Dije, esta vez mirándole a los ojos y enseñando lo que parecía ser un esbozo de sonrisa.

-Perfecto- Dios, qué encantador me pareció en ese momento. Mike bajó de la barra y se dirigió a la cocina, de la que salió Helen, la otra camarera, chocando al instante con Mike. Helen rió nerviosamente, mientras Mike la sujetaba para que no cayera cuán larga era al suelo.

Helen corrió hacia mí, sus rizos castaños golpeándole los hombros rítmicamente.

-Creo que lo sabe- Dijo con expresión preocupada.

-¿El qué?- Pregunté distraída, mirando el reloj de mi móvil. Sólo quedaban unos minutos para las nueve y sería libre.

-Que me gusta- Respondió como si fuera lo más obvio del mundo.

- No, - Dije irónicamente. Lo sabía yo, lo sabía Mike y lo sabía todo el mundo, pero Helen no era conocida por su gran inteligencia- qué va.

-Uf, menos mal- Se llevó una mano al pecho-. Si lo supiera, me moriría.

-Ahá.- Las nueve. Viva la libertad.

Helen y yo entramos al probador, que era el cuarto de los productos de limpieza, pero como era muy grande, lo utilizábamos incluso como cuarto de baño para “personal autorizado” gracias al váter viejo instalado hacía muchos años atrás, según me contó George, el cocinero.

Abrí la taquilla que compartía con mi compañera y saqué mi ropa y, mientras Helen sacaba la suya y cerraba el compartimento, me cambié.

Me puse las botas y me enrosqué la bufanda al cuello. Se me había olvidado el abrigo en casa, por lo que tendría que pasar muchísimo frío, ya que mi coche tardaba bastante en calentarse. Normal, mi coche tenía más años que mis abuelos.

-Hasta mañana- Le dije cordialmente a Helen.

-Adiós, Anna- Dijo mientras se ponía unos guantes rosas.

Crucé la cafetería a toda velocidad, despidiendo a Mike y a George con la mano, que terminaban de atender a los últimos clientes.

La noche era fría, y las gotas de lluvia, que caían incesantemente, mojaban mi cara y me calaban los huesos. Corrí a través de la cortina de lluvia y me metí en mi coche, aliviada por poder resguardecerme de ella, aparcado en el parking de empleados. Puse la llave en el contacto y arranqué, encendiendo el aire acondicionado. La radio no funcionaba, por lo que me quedé en el más absoluto silencio, sólo perturbado por el ruidoso climatizador.

Coloqué las manos desnudas delante de este, esperando que, al menos, pudiera sentirlas. Al cabo de unos minutos, escuché un ruido. Vi a Mike y a George cerrando la cancela de seguridad de la cafetería y despidiéndose, entrando en sus respectivos coches. Observé cómo se marchaban y decidí que ya era hora de que yo también lo hiciera. Cogí el volante y estaba a punto de salir del parking cuando escuché pasos. Me dio un vuelco el corazón. Un gruñido. ¿Un perro callejero, tal vez? No quería quedarme a averiguarlo. Oí un gemido bastante lastimero. ¿Le habría pasado algo al supuesto perro? A regañadientes, salí del coche, abrazándome a causa del frío.

Fuese lo que fuese lo que había hecho el ruido, se acercaba a mí. Podía sentir los pasos cada vez más cercanas.

Saltó sobre mí, pero conseguí evitar un impacto. Pude verlo bien. No era un perro, sino un lobo, de casi un metro de alto, de pelaje blanco, con tonos gris y negro y penetrantes ojos azul hielo. Se abalanzó sobre mí de nuevo. Esta vez no pude escapar y sentí el helado suelo bajo mi cuerpo. Además de la dentellada del animal, que hundía los dientes en mi muñeca. Veía todo borroso, pero pude divisar la figura del lobo desapareciendo tras el bosque próximo a la cafetería. El cálido tacto de la sangre rodando por mi mano me provocó náuseas. Todo se volvió negro y perdí la consciencia poco a poco.



Abrí los ojos lentamente. Una potente luz fluorescente me cegó durante unos segundos. Recuperé la visibilidad y observé como una silueta se acercaba y me miraba desde lo alto. Fue entonces cuando noté que estaba tumbada en una incómoda camilla de hospital, cubierta con una fina sábana.

-¿Cómo te encuentras?- Preguntó una voz grave.

-Eh…mmm…- Balbuceé, tenía la garganta seca. Hice un diagnóstico de cómo me sentía. Me dolía la cabeza y notaba un agudo pinchazo en mi muñeca derecha. Por lo demás, bien.

-¿Me reconoces, Anna?- Dijo otra voz- Soy yo, Mike.

¿Mike? No me sonaba. Había adivinado que Anna era yo, pero ni siquiera me acordaba de mi apellido.

-¿Quiénes sois?- Conseguí articular.

-Yo soy Mike, tu jefe.- Dijo el hombre de nuevo- Trabajas en mi cafetería.

-¿Yo trabajo?- Pregunté, incrédula. Dios, no recordaba nada. En mi cabeza sólo había un agujero negro y denso.

-Doctor, ¿qué le pasa?

-Señorita Stifler- Dijo la primera voz. Seguro que se dirigía a mí, pues era la única mujer-. ¿Qué es lo último que recuerda?

Miré mejor en mi cabeza. Nada. Volví a probar. Una imagen empezó a tomar forma como un boceto que poco a poco se convertía en un cuadro. Eso era. Un lobo. Ahora lo veía nítidamente.

-Un lobo- Contesté.

-¿Puede describirlo?- Preguntó el supuesto doctor.

-Si, eh…- Me paré a pensar- Era blanco y negro, con algo de gris. Y recuerdo que medía cerca de un metro.

-¿Un metro?- Exclamó el tal Mike- Eso es imposible. No existen lobos del tamaño de un caballo.

-Señorita Stifler- Volvió a decir el doctor- ¿está segura?

-Oiga, si no me cree, ¿para qué demonios me pregunta?- Empezaba a irritarme y sentía mis nervios crispados.

El llamado Mike miró al doctor. Hubo un momento de incómodo silencio. El doctor le hizo a Mike un gesto con la cabeza, y los dos salieron de la habitación. Me incorporé y apoyé la espalda en el enorme almohadón. Me miré la muñeca. Tenía las marcas de la dentadura del lobo. Casi me ocupaba toda la mano, pues incluso había marcas de dientes en mi palma. Salvo del lobo, no me acordaba de nada más, como si antes de esto no hubiese tenido vida. Una imagen vino a mi cabeza. Era una cafetería, de la que no podía leer bien el nombre. Yo estaba hablando con el tal Mike de algo que íbamos hacer el sábado. Y luego una chica de pelo castaño. Un momento, ¿eso no había ocurrido hoy? ¿Había estado inconsciente días, en vez de horas? Si, me acordaba de Mike. Y también de la chica. ¿Helen, tal vez?

Mike entró de nuevo, seguido por el irritante doctor.

-Me acuerdo de ti- Le dije-, y también de Helen.

El doctor puso una mueca de desconcierto, pero ni Mike ni yo le hicimos caso.

-¿De verdad?- Mike también parecía desconcertado.

-Si, si, en serio- Hice una pausa y añadí-, ha sido muy rápido, de repente me ha venido una escena a la mente.

El médico se inclinó, incómodamente cerca de mí, y tomó mi mano, mirando el reverso de mi muñeca.

-¿Le duele?

-No- Mentí, aunque no sabía por qué.

-Mañana le daremos el alta, y podrá volver a su trabajo, pues, al parecer, su memoria va progresando y su herida se ha cerrado milagrosamente rápida.

-Está bien- Respondí, intentando parecer indiferente, pero hasta yo misma descifré el alivio impreso en mi voz.

-Descansa, Anna- Dijo Mike cogiéndome la mano. ¿Qué confianzas eran esas?-. Mañana vendré a recogerte.

Asentí con la cabeza y esperé a que los dos hombres abandonaran la habitación. Me di cuenta de que a mi lado, en una mesita plegable, había un vaso de agua y un sándwich de algo no identificado que preferí dejar en el misterio. Alargué la mano y cogí el vaso. Lo dejé, ya vacío, de nuevo sobre la mesa y me recosté en la cama. Cerré los ojos. Noté cómo mi respiración se volvía más lenta y, escuchando el lento latido de mi corazón, me quedé dormida.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Prólogo

Me llamo Anna Stifler. Tengo 19 años y vivo a las afueras de Londres. Me gano la vida trabajando en una cafetería, de camarera, y también del dinero que me manda mi madre cada mes.


Antes vivía en Canadá, pero, tras la muerte de mi padre, nuestra familia quedó en bancarrota. Ya hace dos años que me mudé en busca de dinero y otra vida, pero pronto me vi igual de mal que antes.

Nunca me he parado a pensar en ciertas cosas como los vampiros o los hombres lobo. Nunca me pareció importante. Un día cualquiera, al salir del trabajo, algo me atacó. Desde entonces, mi vida ha dado muchos giros imprevistos y bruscos, y bastante dolorosos, congelándome en esta edad y convirtiendo en inmortal mi cuerpo y mi alma.
Ahora, soy llamada por la luna. Y mientras corro por las afueras, sintíendo a cada paso el estremecimiento que me produce aún la dulce llamada de la luna llena, mientras el plenilunio me obliga a cambiar de forma y de vida, busco las respuestas, de las que aún no pierdo esperanzas en encontrar, a unas preguntas que jamás deberían ser contestadas.