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sábado, 14 de agosto de 2010

Capítulo dos (Primera parte)

-¿Estás bien?¿ Has comido?¿Y descansado bien?- Me pareció increíble que una persona tan pequeña como Helen pudiera soltar tantas preguntas tan rápido, amatralleándome sin piedad.

-Sí- Respondí solamente. Helen se sentó en el sofá, quedando de cara a mí y me miró confusa.

-¿Sí a que pregunta?

-A todas

-Entiendo- Helen bajó la vista hacia la bolsa que seguía sosteniendo en la mano, pero al momento volvió a levantarla, mirándome fijamente- Se ha despertado neurona cotilla.

¿Ahora se ha despertado? pensé. Sería la única neurona despierta en Helen.

-¿Qué es eso de que Mike y tú vais a cenar juntos?- Ah, ya. A mi compañera le preocupaba que me ligara a su amor platónico.

-Nada especial, Helen- Inventé una excusa lo más rápido que pude-. Vamos a hablar de trabajo. Mike se pregunta si deberíamos contratar a más camareros para el turno de tarde.- Nunca me había parado a pensar en lo buena que soy mintiendo. Eso me traería muchos problemas, pero por ahora funcionaba.

-Ah- Helen suspiró- Entonces, ¿qué haces que no te estás arreglando ya?

¿Arreglando? Ni que fuera a ir a la boda de los reyes.

-No te precipites, sólo son las…-Me paré y miré el reloj de pared a mi derecha, encima de la tele- ¿seis?- Casi grité, qué rápido pasa el tiempo, no creía haber dormido tanto.

-Por eso, tonta- Helen se levantó, dejó la bolsa en la baja mesa central y se dirigió con paso decidido a mi cuarto. La seguí.

Helen ya estaba con medio cuerpo dentro de mi armario empotrado.

-Tienes que comprarte ropa- Me recriminó.

-Claro, como que soy rica, ¿verdad?

-Yo tampoco lo soy, y tengo ropa para dos ejércitos enteros.

Eso era verdad. Había visto el armario de Helen y la ropa rebosaba por los lados. Vale, eso es exagerar, pero apenas cabía.

Helen sacó su respingona nariz del armario con un vestido blanco entre sus finas manos, más bien corto, que me regaló mi madre el año pasado. Mi amiga sonrió. Eso significaba que la prenda era de su agrado porque, cuándo no lo era, se limitaba a arrugar la nariz. La conocía demasiado bien. Aparte, era mi vecina y ya vivía aquí cuando yo me mudé y, de hecho, fue ella la que convenció a Mike de darme un puesto en la cafetería.

-¿Dónde tienes los zapatos?- Me preguntó mientras inspeccionaba con más detenimiento el vestido.

-Allí- Dije señalando un enorme baúl al lado de mi cama. Helen arrugó el entrecejo, pero no dijo nada.

Me entregó el vestido y abrió el baúl. Comenzó a buscar frenéticamente, sacando los zapatos. Si lo que quería encontrar eran zapatos de tacón, no los tenía. Aparte de un par de bailarinas, y varias sandalias de colores, sólo tenía botas y Converses All Star de distintos colores. Helen se volvió de repente y me miró con cara asesina. Adiós mundo cruel.

-No tienes zapatos de tacón- Eso fue más una afirmación-. ¿En qué mundo vives? ¿En Yupilandia? Baja de las nubes- Se calmó y sonrió- Iré a mi casa por unos zapatos, ¿vale?

-Eh, vale- Respondí confusa. Helen salió de la habitación, pero se volvió un momento hacia mí.

-No te muevas, ¿eh?

-¿Y dónde quieres que vaya?- ¿A Yupilandia?, añadí en mi mente. Helen desapareció de mi vista. A los escasos segundos, oí la puerta de entrada abrirse y cerrarse de un portazo.









Dos horas y media más tarde, me encontraba mirándome detenidamente en mi espejo de cuerpo entero, subida a unos tacones que causarían vértigo a cualquiera que tuviera el coraje necesario de subirse a ellos, con una delicada base de maquillaje y mi cabellera cayéndome sobre la espalda con suaves bucles. Por no hablar del impresionante vestido blanco. Y Helen sonriéndo a mi lado.

Y una hora y cuarto más tarde de eso, iba en un flamante Mercedes, con Mike en traje de chaqueta a mi lado. Saqué la polvera con espejo del bolso prestado de Helen y, con un pintalabios rojo intenso, me retoqué los labios.

No hablamos de camino al restaurante, pero no fue un silencio incómodo que digamos.

Llegamos al restaurante. No había mucha gente, pero cde nuevo sentí como se me colapsaban los oídos a causa de sus voces, que resonaban demasiado fuerte en mi cabeza. Y mi nariz no estaba mejor. Los olores me golpeaban las fosas nasales y ni siquiera podía distinguirlos.

Mike me condujo a una mesa pequeña un poco apartada de las demás.

-Estás guapísima- Dijo una vez sentados.

-Gracias- Sentí cómo la sangre subía a mi rostro, que se debería haber puesto rojo como un tomate.

Mike sonrió. Un camarero que no pasaría de los veinte años, se acercó a nosotros y preguntó que íbamos a tomar. Yo pedí un vaso de Coca-Cola y lo que fuera que tuviese carne, Mike pidió vino y lo mismo que yo para comer.

-Oye, Anna- Empezó a decir Mike, mientras yo engullía la carne casi sin masticar. Me paré para prestarle atención.- Desde la primera vez que te vi, supe que serías alguien especial en mi vida, y de hecho lo eres, pero he empezado a fantasear con que seamos algo más que amigos.- Me miró, quizás esperando que yo dijera algo. Lo miré sorprendido, con la boca manchada de salsa y los carrillos llenos de carne, que tragué con esfuerzo. Me limpié y, cuando pensaba que ya parecía una chica normal y edicada, comenzé yo a hablar:

-Verás Mike, no es que no seas buena persona, que lo eres, pero es que yo sólo te quiero como amigo, ¿sabes?- Intenté ser lo más buena que pude, pero aún así soné un poco dura. Desde hacía un rato sentía una molestia en la cabeza, pero lo dejé correr. Ahora era insoportable.

-Lo temía- Dijo Mike, iba a añadir algo más, pero yo no podía aguantar más y me levanté con torpeza.

-Lo siento, Mike- Intenté disculparme rápidamente. La voz me salió llorosa y entre sollozos, salí corriendo de allí.

Cuando estaba tan lejos de allí que apenas oía las voces, ni a Mike gritando mi nombre, me tiré de rodillas al suelo, agarrándome la cabeza con las dos manos. El dolor era muy fuerte. Algo me empujó a alzar la vista hacia la luna, que estaba especialmente llena.

Notaba mi estómago revolverse y mis músculos estirándose dolorosamente. Sentía un extraño calor dentro de mí, haciendo que mi cuerpo quedara fébril e inmóvil. De repente, el calor cesó y con él, el dolor. Caí al suelo, temblando.

3 comentarios:

  1. Mola. En serio. Ya estoy esperando que continúes escribiendo. ;)

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  2. Hola!!!
    Acabo de llegar a tu blog y me ha gustado mucho lo que llevas escrito =)
    Además la temática es una de mis favoritas, y como está estupendamente escrito... :D
    Me hago seguidora, si no te importa, ¿vale?
    Si quieres pasarte por mis blogs, tengo uno el cual se dedica sólo a una historia (http://eldiariodekirta.blogspot.com) y otro en el que cuelgo fragmentos de relatos y textos sueltos (http://ladamalobuna.blogspot.com)

    Un besoo :)

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  3. ¡Mola!... Ya decía yo que cuando entraba aquí olía a chamusquina (por eso de que los vampiros y los lobos no casan xD, broma fácil.), lobilla tenías que sé!...
    Sigue así!

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